viernes, 21 de julio de 2017

El valor de un beso


Cuando el viento del sur sopla saudades, abro las ventanas para aspirar el aire del aliento que soñé en mi boca con su beso, un sólo beso, y fue bastante para saber que ya me amaba
Le tomé una mano y sentí la presión de sus dedos en la mía en clara complicidad de un deseo compartido. El corazón rendido no pudo negarse a la caricia y me entregó su alma entre ola y ola esparcida por la arena. Agitados los suspiros, crecían sin freno las ansias por sentirnos. De su cuerpo al mío apenas nada, mi ropa y la seda de su vestido; lo mismo hubiera sido un muro porque era el hechizo de sus ojos manteniendo mis pupilas prisioneras, eran sus hombros, su cuello y su piel en mis mejillas. Ceñí su talle en un abrazo, descansó en mi pecho la cabeza, ascendieron mis manos por su espalda y un ¡te amo! me escapó de la garganta.
 
Es extraño que pueda el beso derramar el llanto, esculpir en el alma una sentencia o firmar un compromiso negando que solo sea el dolor causante de las lágrimas.
 
Asomaron de sus ojos dos diamantes con sabor a sal, como el agua de la mar que bañaban nuestros pies descalzos en la playa. Alzó el rostro, me miró, entornó los párpados, me ofreció sus labios entreabiertos y me elevé a la Nada perdida la noción del Universo.
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